miércoles, 7 de noviembre de 2012

Jódete, jódeme

Esperando al ascensor,
tranquila, segura,
hoy sabe que si quiere rompe.
Se abre la puerta y
oye una voz familiar en su espalda.
Una voz calmada, serena, que intimida.
Conocía bien esa voz.
Esa voz ya le mintió una vez,
la enamoró y la abandonó.
Aquella voz volvió a herizarle el cuello.
Incapaz de darse la vuelta,
de mirarla a la cara,
da un paso adelante e intenta adentrarse.
Pero la voz la sujeta,
de nuevo, la atrapa, la entrampa.
Esta vez puede mantenerse
al menos unos minutos,
puede oírla, notar su aliento en la nuca
y afligirse sin mirar atrás.
Los segundos comienzan a correr
mientras cada vez se le hace más difícil.
Asustada, con los ojos cerrados
susurra una y otra vez,
jódete, jódete, jódete.
Pero esa voz ya la ha arrastrado hasta el ascensor,
estrellándola contra el espejo
y mordiendo sus labios.
Su jódete empieza a morir, a desvanecerse,
como un perro herido comienza a marcharse.
Ya casi no se oye
y él no deja de besarla, de tocarla.
Ahora su boca ruega que la jodan,
que la jodan y no paren.

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